1
Ya aprendieron a divagar a solas,
ya han lucido el rasgado tul de la noche.
Ya quisieron una más tras otra
ojos de búho ventanas abiertas al derroche.
A donde van
después de tanto caminar.
A arropar rumores de paz,
o entre pieles de húmedo carmín soñar.
Quién les enseñó a andar,
a pisar flores en la luna.
Acaso aprenderán amar
cada vida una a una.
Y si así fuera,
no las verán marchitar nunca,
porque ellas mueren paso a paso
instante a instante, una a una.
No las conocerás sepultadas,
en ningún rincón del mundo.
No las verás realizadas
en ningún edén fortuito.
2
Ya se desvelaron tratando de dormir,
ya han sacado el apasionamiento de paseo.
Les preocupa el hecho de morir,
es por eso que al alma le hacen aseo.
También ellos fueron mansos
antes de desenterrar los pies de la inocencia.
Igual que bañados,
con tinta que las plumas de los hombres
transformaran en agraz turbulencia.
Abandonaron el nido,
que otros habían hecho para ellos.
Se encontraron en un lugar reconocido,
sin saberse feos, sin parecerse bellos.
No deben obediencia
a lo que es condena.
Han nacido con la ciencia,
para distinguir qué más libera.
Ya no necesitan mamar de la sociedad,
el alimento contaminado de los hombres.
Cuántos pechos han de ver sangrar,
a cuántos convertirse en pobres.
3
La juventud pertenece
a los pequeños hijos.
Vida a quien la merece,
y compasión si ha de caber castigo.
Cómo llamarnos hombres a nosotros mismos,
llamarnos hijos de la humanidad.
Cómo sin antes solucionar este vacío,
sin antes proveer paz.
Cómo llamarnos a nosotros mismos
hijos de la heredad,
si obviamos la responsabilidad
de mantenernos vivos.