Bésame, y deja que se acabe el mundo,
tras la lluvia de estrellas encendidas,
que estallan en la noche de mi vida,
cada vez que en tus brazos me confundo.
Arrójame al abismo más profundo,
y restáñame luego las heridas,
con todas las caricias florecidas,
al mirarme en tus ojos un segundo.
Mátame y resucita mis cenizas,
al soplo de los besos de tu boca;
abrásame en la fiebre que provoca,
el ansia con que mi alma te precisa;
y llévame a la gloria que convoca,
el destello de sol, de tu sonrisa.