Llegas ola con sahumerios de plata,
con monólogos de agua,
enfatizando mi carne deslumbrada,
constriñéndome con salobres lenguas
desvestidas por el horizonte.
El capullo del viento enrosca a tus entrañas
libre intemperie de recorridos.
Ola de cenicientas túnicas,
en mi verano cantabas asombrado verso
inundándome de confines, abismos
desatados.
Llama de cristal, atónito murmullo de vida,
déjame y no me dejes, sáltame, deslízame,
calza mi hebra humana, confúndeme en tus latidos
superiores
que mi silencio de sangre
me desangra y marchita…
Aquí te empiezo, te cedo mi voz.
Mi febrero fue tu cuerpo, ola sensual,
me enredabas en labios de aurora,
ningún beso me cargó alguna vez en sí mismo,
ni ninguno fue tan momentáneo…
Dejé allí reposar el rumor de la existencia
que me sembró desde el tallo.
¡Levántame ola!, desvaneciéndome contigo
en tus líneas de cebra naufragada,
construyes horizontales hervores
y riegas tantos lamentos.
La tristeza del pecho se me hace gajos.
Nada llega sin irse. Prepotente oleaje,
desenvaina tus oropeles de alga
y corta la sed, el ruido del dolor,
atraviésame el cuerpo sembrado de ecos.
Desenvuelve tus engaños,
préstame ilusiones…
Aquí me llegas, aquí me provocas
con entidad de acuática seda,
con bordados pálidos de invasiones,
de florecidos peces.
Sal en la sal del fervor.
Sustancia victoriosa, pecho dominante.
Veo enredarte en otras olas. Como voces de un coro,
entonas desde el pulmón marino
tus pulsos de cuarzo morado,
tu impertérrita algarabía.
¡Me arrastras en tu espalda!
Juntos invocamos
la fe marina en el altar del planeta.