Una figura de ángel
surgió a mi vista de repente,
y derramando su blancura
hizo que jalara el recuerdo,
hacia donde a media hasta,
el amor había sido izado,
en forma, que por demás arrastra.
Hoy, junto a las hojas de otoño,
por donde cruje la ausencia,
ella caminaba a distancia,
con delicado moño rojo.
¡Oh! sí,
la flor más bella casi a mí lado.
Su silencio fue también el mío.
Golpe al corazón marchito.
Y el aliento fue suspiro al contemplarla.
Sus labios, como claros de luna,
no se agitaron, ni me alcanzaron,
y sus ojos al fin volaron
para posarse junto a los míos
a la mitad de este valle,
a la mitad de esta calle.
Alegre se sonrió,
pues juntos cosechamos los dos
abundantes ratos de placeres
frente al cielo,
y de la nada nos enamoramos,
y entre los atardeceres nos besamos.
Yo le hablé de mí amor,
el que desde entonces aun latía,
y sus manos y su cuerpo
vivían ligados a mi corazón.
Y sonreímos
y las sonrisas se hicieron estrellas.
Sus ojos brillaron
como fulgura el alma,
su vista con la mía palpitó
y con ella volvió el amor para ser feliz,
más allá de la aurora, más allá de un desliz.