La vida, ese pequeño soplo de aliento que tan generosamente nos ha sido otorgado en préstamo, es frágil y perecedera. Sin embargo, y mientras nos dure, tenemos el deber de cuidarla y disfrutarla.
Hay miles de momentos y situaciones que nos la hacen menos agradable. Hay dolor, hay decepción, hay angustia. Cometemos errores, de algunos aprendemos, nos recuperamos y seguimos, pero hay otros que nos lastiman profundamente y de los que nos cuesta más recuperarnos, aunque finalmente logramos levantarnos y continuar.
Pero también está llena de pequeños detalles, que sumados, son con los que construimos la felicidad. Estoy consciente de que hay muchos, la belleza y generosidad de la naturaleza, la bondad y el amor de algunas personas. Pero para mí, todo se resume en una solo palabra. Tú.
Toda la belleza de la vida, todo el amor y toda posibilidad de ser feliz, están reunidas en ti. Contigo aprendí a apreciar la magnificencia de un amanecer, la armonía en el canto de las aves, y la insuperable hermosura de un cielo estrellado. Aprendí que es mucho más valioso un silencio cómplice entre los dos, una mirada que acaricia, un beso culpable o un te amo gritado desde el corazón en silencio.
Aprendí que puedo amarte sin ser tu dueño, porque mi amor no puede ser una cárcel donde se encierren tus sueños, sino las alas para volar hacia ellos.
Aprendí que puedo perderlo todo, pero me aferraré a tus ojos, respiraré tu aliento, beberé de tus labios, viviré en tu piel y me aferraré a la vida bambina, porque la vida… eres tú.