Lejanas las estrellas
las galaxias que se alejan
su infinita paciencia...
Microscópicas letras, secas ya sin aliento o saliva,
cómo pienso siquiera en poder aproximarlas,
en volverlas cautivas de la naciente poesía que habla.
Se han desprendido, y sólo si son capaces de brillar por sí mismas,
podrán permanecer por un instante en la mirada.
Dichoso el sentimiento, que dio a luz la corriente del amanecer...
No es de caricias que el amor se alimenta,
no es con migas de grandeza.
Se alimenta del alma que brota de nuestra plexolarizada cuerda,
y mientras recorre el universo para no anudarse,
nos da pies, modela la forma de nuestras manos,
pone finitos nuestros dedos hasta tornarlos invisibles.
Cuan cerca terminan las cosas, allí donde somos capaces de tocarlas,
para que funcionen:
Roca de sueño con que hago mi casa en la montaña.
Leño portátil para crear el fuego.
Viento limpio que abre la ventana.
Agua que aviva los tejados..., almacén de alas.
Así es la dimensión que refleja la delgadez que atañe a nuestras semejanzas.
Así de extendida es la piel que cubre la franqueza;
así de simples son mis intenciones, así de claras.
No hay distancia,
somos tirados al vacío para que seamos totalmente libres
para que sintamos desde afuera, desde el alma,
porque sólo así podremos dar con la tonada,
dar con el corazón a la palabra.