Esta noche el cielo y mis ojos se vuelven una sola sangre.
Y mi alma muerde al silencio como a una uva.
Estos segundos finos como sábanas frías
entierran como en una cueva todos mis recuerdos.
Cada momento se ha vuelto una hoja que vuela
antes de ser abrazada por las llamas despiertas en mi pecho.
Entiendo este momento
como una nube, que vuela sobre mi vida.
No reparo en que estoy solo,
pues no me siento solo,
siento una respuesta a cada llama colorida
que de antaño en mi boca estaba escondida.
No me siento solo. Es más,
siento que me acompaña mi propia vida
como si el futuro fuese un ala
de este silencio que habla dentro mío.
Esta noche dejé de temer a las miradas
de la gente que pasa con aire de prejuicio.
Y es que a veces me surge una voz de mil años,
de mil voces, de mil viajes
con un olor de arena infinita.
Me surge una voz de cada color que resplandece,
de cada átomo que baila en las brisas pasajeras.
Y me lleva a deseos extraños,
a peticiones absurdas...
Y ahora me queman las manchas
de mi alma blanca
y bajo el frío destello de la luna llena,
de los faroles en las calles vacías,
siento que el aire como un poderoso tren
se lleva las sombras a su estación sombría.
Este momento, esta noche que merece ser eterna
corre como un caballo que no deja huella,
vacila como una sombra sin dueño.
Y es que últimamente en todo respiro misterio
como si estuviera en las puertas de otra vida.
Nunca el aire me quemó tanto
ni el cielo estuvo tan cerca.
Esta noche estuve solo
y fue perfecta.