Isaac Amenemope

A LA SOMBRA DE UN ÁRBOL LLAMADO ENCUENTRO

Hacia dónde apunta el clamor,

el norte salta nuevamente como una aguja enloquecida,

y es hora de moverse en busca del amor

 está lista mi mochila, es momento de partida.

 

Seguir siendo hombre para salir otra vez al frente,

donde la pugna lima aquello que se había vuelto frágil,

 aquello que se había vuelto fuerte.

 

Y si no fuera por ti,

cuánto valdría el mundo;

qué más podría tomar de él en un segundo.

 Qué otro corazón que estuviera en mi.

 

Reciedumbre para allanar la paciencia;

 serenidad para sacudirme el instante en que creí haberte visto.

 Constancia de la misma que despierta la consciencia,

 valor para reclamar lo dicho.

 

Cuánto se anida en la cumbre del pareado hallazgo.

Hoy entra la cálida voz de la plenitud para contentar el vital silencio.

 Hoy como el día que reinó la paz no cupo ni la risa, ni el llanto;

y la prisa por llegar se detuvo a contemplar el paso del tiempo.

 

No habían laberintos,

sólo un parque de juegos para los pensamientos,

dulce algodón para los entendimientos.

 

No habían misterios,

sólo los dedos hermanos

moviendo con fervor los hilos,

y la tijera del destino,

amolada con cada palabra nacida inconsciente,

reluciente y cortante.

 

Si soy la parte insignificante del desorden,

pero cada vez que amor digo

no hago más que volver al principio,

más que perder los poderes obtenidos,

más que extraviar los encantadores sentidos.

 

Si voy cantándole a este tiempo hoy apenas descubierto,

a ese corazón que pulsa y doy por cierto;

no es porque me lo creo.

 

El árbol que cobijó nuestro último beso

 no fue un araguaney, no fue un ciruelo,

 fue el frondoso dendro del enamoramiento.

 

El collar de instantes que hoy cuelga de tu cuello,

pesa lo que pesa cada valioso recuerdo,

vale lo que vale el genuino sentimiento.