La barca parece firme, navega suave
como las olas de la juventud eterna,
nada inquieta su volar exitencial y profundo,
la libertad de los mares dibuja el horizonte
mientras la brisa salada calma las tempestades.
Pero una nube triste aparece en el fondo oscuro
de las aguas que se agitan como la muerte
que sube sus manos lentamente por la madera
de la barca que se asusta, ya el sol desespera
y agrieta la esperanza de un final feliz,
todas las barcas desaparecen en el olvido
de las tormentas del final de una enfermedad
que nos roba la esencia de la razón
y nos hace mortales como la mosca pálida
que se sabe atrapada en la red de la araña
que le arrancará todas las alas
hasta que la oscuridad acabe con el tormento.
La barca se hace pedazos, comienza a hundirse,
el pasado comienza a llegar y hablamos solos,
bueno, realmente con esas imágenes blancas
que no son espirituales, que no son fantasmas,
sino el miedo a la infinitud de la nada
que nos llama, y comenzamos a ser deborados
por ese universo vacío, desolado que nos invita
a desaparecer, así tan sencillo como una sonrisa,
iremos tras la sombra que nos tome de la mano
para subirnos a la última barca
de color caoba, de ventana de cristal,
ahí subiremos para que todos lloren la partida,
luego, cuando cierren la ventana, caiga la tierra
llegará ese silencio tan esperado y la araña,
aquella que atrapó a la mosca,
hará su nido en nuestra carne para siempre.