En la cárcel divina de tus ojos,
prisionero del sol de tu mirada;
con el alma a tus pies; encadenada
al dulce atardecer de tu sonrojo.
Porque tu amor ha echado los cerrojos,
que tienen a mi alma aherrojada;
sujeta a tu sonrisa, y condenada,
al fuego eterno de tus labios rojos.
Allí estoy para siempre sometido,
a la locura de quererte tanto;
a la magia sublime de tu encanto,
al cielo en tus pupilas encendido;
al perfume que ensalma mis quebrantos,
y a la gloria de haberte conocido...