Nunca se acostumbraría a sufrir de esta manera.
La vida no lo trataba excesivamente bien y no tenia esperanzas de que eso cambiara.
Ahora, sufriendo en silencio, vagaba por calles desiertas.
Llovía, tronaba, el cielo se iluminaba a cada instante por los parpadeantes flashes de los rayos en la distancia.
Mojarse no le importaba, pues la verdadera tormenta se desataba en su interior.
Su corazón pugnaba por evitar ser arrastrado por la corriente de la desesperanza que fluía, lenta pero de forma constante, a cada instante, por sus venas, hundiendo su alma mas y mas en aquel pozo triste y oscuro de donde parecía no poder escapar...
Día a día luchaba contra su propia tormenta, intentando evitar que de sus ojos no rebosara aquel manantial de agua salada que otros suelen llamar lagrimas.
Pero hoy no lo consiguió.
Cayó de rodillas sobre la embarrada calle, apenas tubo el tiempo suficiente de frenar su descenso con las manos, y allí, a cuatro patas, como rindiendo pleitesía a un rey invisible, o mas bien como implorando perdón a un ser desconocido, apoyó la frente sobre el húmedo suelo y lloró, lloró hasta que sus gemidos le hicieron caer de costado sobre el charco en el que había derramado solo una pequeña parte de su dolor, y el único testigo de su sufrimiento...
y allí, solo, abandonado, perdido y embarrado, entre estremecimientos de un dolor invisible a los demás pero, muy a su pesar, palpable para si mismo, yació mientras las gotas de lluvia le calaban hasta los huesos...
pero a el no le importaba, pues la verdadera tormenta se desataba en su interior...