Qué hace el poeta
con sus versos
si al gritarlos,
la montaña
no los devuelve
en eco,
ni el riacho
le brinda
el juguetear
de sus rumores.
Qué hace el poeta,
enamorado del ave,
de los bosques y sus trinos,
si sus versos
no son más que sombra,
mustia sombra
que se duerme
en la hojarasca
pisoteada por inviernos.
Qué hace el poeta
con su prosa
que busca en vano
una campiña
con aromas de jazmines,
con tañidos de campanas
y notas azules
en sonrisas de pianos
y violines.
Qué hace el poeta
con sus versos,
enamorados
del lago y su reflejo,
de la nieve y su blancura,
enamorados del desierto,
del remolino,
de la polvareda del camino,
cuando su poesía
desvanece
entre cansadas flores
y frialdad de rocas.
Qué hace el poeta ,
enamorado del mar,
de cada ola,
si no halla en la botella
transoceánico mensaje,
en la botella vacía que llega
y se estanca
en la playa desolada,
sin una gente
ni un corazón
dibujado en las arenas.
Qué puede hacer
con sus rimas,
si una a una se deshojan
sin la luna,
sin estrellas,
con el cielo empañado
en la mirada de niebla
y con llovizna.
Qué hace el poeta,
enamorado del poema
que prodiga
mil rosas a su pecho
y se queda esperando por un beso…
(Ese beso que nunca,
nunca llega).
Derechos reservados por Ruben Maldonado.
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