prudenciogf

¡VENÍAS, TE VAS…!

Venías, con tus alas soñadas, a punto de batir el cercano suelo. Tu mirada insomne clamaba, por las vivaces voces, de quienes supieran erigir tu andamio. En mi corazón, sin tino, innovaste tu ferviente y núbil nido. ¡Despierta! —Te dije —, tu sueño engendra en mi arrojo, un sosegado tornado. Venías, atontado el juicio, por un matemático conocimiento, jamás en tu cerebro arraigado. ¡Cuánto sufrimiento irrumpe! ¡Horas de sollozos perdidos, en los exóticos tapices de tus dilapidados ojos! A la zaga, una efigie que no desiste: ¡Tu seductor ensueño! ¡Tu arriesgado futuro! ¡Unos plácidos semblantes Infectos, por la necedad, de aquellos, que enseñarte debieron! Venías, alentado el ánimo para en estaciones de sosiego, colorear de sempiternos mimos a la docta Ciencia y sus avatares. ¿Dónde quedó tu trama? ¡En segmentos, inerme me trastorno! ¿Cómo arrancar de tus lúcidos sentidos una cripta a tus angustias? ¡Incontables abejorros, a mi garganta, crueles, espolean! Pero, no me quejo, más me punza, cuando en las horas seguras, el tiempo, en mal delineado simulacro, desperdicias, fuera del necesario decoro. Venías, como el afortunado nadador, que pudiendo sacarle al mar las perlas, en la orilla se contenta, recogiendo abandonados y vacíos caracoles. —Me pregunté: ¿Será que este inverosímil apego, retoño es, del desesperado desacierto? Trémulo me dije: No, no lagrimeo por tratar de ilustrarte, gimo por no saber si seré correspondido. ¡Caprichosa, mi profesional pasión, busca tu suntuoso suspiro! Acaso, ¡mi oscurecido pupilo!, ¿adviertes?, que si aquietas mi sed, manando tu acabado conocimiento; no importarán las afonías, ni el dolor en los maltratados pies, ni la bursitis que fecunda la pizarra, ni el cansancio, ni la agonía; ¡grande sería tu gloria!, tan grande, que viciado en tus distantes latidos, haría de ti, en tu pronta partida, melosa amargura: ¡Un sabor agridulce que me agita, atestándome de tu refulgente futuro! Venías, —lo sé—, níveo tu amor, por la Reina de las Ciencias; no porque fueras vano, tampoco porque fuera indigna, de tu aprecio y estatura. ¡Solo, que no la comprendías! Tal vez, hoy la entiendas, al menos, un poquito más en su esencia. Podré decir entonces: Te vas, y satisfecho por tu asomo ¡me deprimo! Cada latido, todo guiño, el más leve gesto de tu utopía, la más crecida de mis pesarosas lágrimas, todo reproche que hice a tu conducta, aquellos tácitos, mis docentes instintos; unos, todos serán, de mi corazón sus próximos latidos… Te vas, ¡estudiante!, como la ágil mariposa, de la esplendente flor del sustento: ¡Con el deseo de volver y volver, hasta, nuevamente, convertirse, , en abrumada crisálida, de alma reverdecida, por tus crecidos esfuerzos!… (Prudencio Guerrero Fernández)