Jabalíes furiosos,
le rugen hambrientos a mi hígado.
Una manada de leones
devoran la carne que se apega
a mi osamenta.
Mi pierna se fue de viaje,
en las garras de un buitre embustero.
Apacible,
me dejo comer mientras sonrío.
¿Que le importa a la zebra caída,
un muslo desgarrado?
No pierde la batalla,
sólo duerme en el cuerpo
de otra especie.
Vengan salvajes,
tomen mi cabeza.
A mí nunca nadie me exigió
domesticar mis latidos.