efraguza123

La fiesta en el club

Creo que mi padre no dará su aprobación a las cosas que voy a relatar, pero una no puede dormir con la conciencia llena de arrepentimientos por lo que no hizo a tiempo. Es que las
verdades que debo decir me quitan la respiración cuando se agolpan en mi mente.
Los escalofríos me convulsionan cada vez que reviso los hechos. Toñita piensa que debo ir a visitar al psiquiatra, pero no pienso perder el tiempo respondiendo un cuestionario de preguntas que no sé adjetivar. Sobre el trabajo de esos profesionales no puedo opinar, pero sé que ninguno de ellos puede apaciguar mi alma. Hay enfermedades que los médicos ignoran y sólo los pacientes, que las sufren, pueden describir y curar. Desde temprana edad supe
que el escribir es una buena terapia para llegar al olvido de lo nefasto y eso es lo que haré. Por estos días leo una novela de Isabel Allende que me confirma esta tesis: "La escritura es una larga introspección, es un viaje hacia las cavernas más oscuras de la conciencia, una lenta meditación". Espero mantener el ánimo que esta convicción me depara.


 

Para tener un punto de referencia en el tiempo, todo comenzó el día de San Valentín. Ocho días más tarde llegaría a mis quince años. Por cierto, esa fiesta era nueva para nosotras, pero como el mundo resultó pequeño para tanta gente y con la velocidad de las noticias, todo cuanto ocurre aquí o allá, en el planeta todos lo saben. Ya quisiera que esto nadie lo supiera, mas
sé que es una pretensión inocua. Y como no puedo dejar pasar un momento sin referirme a lo jurídico o a la política, por razones que más adelante daré, con el mismo adjetivo califico la indiferencia de quienes afirman que la política es ajena a ellos. Pero por más estrechas que parezcan las fronteras entre el derecho y aquella no se debe concluir categóricamente que sus protagonistas beban en las mismas fuentes del conocimiento y obren con la misma probidad.
Hago estas aclaraciones porque no faltara, quien, al leer desprevenidamente y sin otear el conjunto, será capaz de endilgarme esas palabras con las cuales, el juez, mi progenitor, solía describirme:

—Eres una loquilla en la casa y un tábano para los vecinos.



 Mas para ser sincera, su juicio lo tomaba como un cumplido. Sólo con el paso de los años, advierto que cuando una comienza a madurar y a pensar en el sentido que debe dar a su existencia, esas concepciones mentales fueron modelando el carácter y haciendo que la voluntad se empecinara en demostrar con algunas actitudes que estaba en lo cierto o en otras, al hacer lo
contrario, no tuve fin diferente que el de ridiculizarlo por su atrevimiento.



 De mi padre tengo los mejores recuerdos de esa bella época anterior a mi presentación en sociedad. Es tradicional que a nosotras las mujeres nos ofrezcan una fiesta con motivo de los quince años. Y mi caso no fue la excepción, por el contrario esa noche fue la última que mi familia se reunió y estuvo unida. Ante los ojos de invitados y parientes, al bailar el vals con
mi padre me sentía orgullosa de él, pero hoy, cuando frente a la pantalla del computador escribo estas cosas, siento que su recuerdo crea en mí un río de odio que recorre todo mi ser. Ahora comprendo lo que había escuchado y que me parecía no tener sentido: Del amor al odio sólo hay un paso.



 Pero a Dios lo que es Dios y al César lo que es del César. Inolvidable fue para mí la recepción que mi padre organizó en el Club Altos del Pino. Desde la entrada se podían apreciar los arreglos florales que iban a lado y lado del espacioso pasillo. En el salón todas las mesas estaban adornadas con canastas llenas de violetas y orquídeas que perfumaban el ambiente y daban a la
noche un toque de pureza y fantasía. Un grupo de muchachos, de impecable uniforme, y pertenecientes al Colegio Militar hicieron la calle de honor arqueada por sus espadas doradas por donde transité como una diosa. El blanco vestido de seda italiana contorneaba mi cuerpo. Mis cabellos largos, abundantes y negros establecían el contraste con mi piel canela, tersa y fresca. El profundo escote ceñido y enmarañado con lentejuelas y canutillos blancos dejaba notar la firmeza y lozanía de mi busto. Un gran fajón, también en seda, pero brillante, envolvía mi pequeña cintura y remataba atrás en un moño que dejaba caer sus puntas hasta el suelo. Las zapatillas forradas en satín blanco y de altos tacones, por cierto los primeros que experimentaba, me hacían sentir como por los aires. Todo en absoluto. Sonido espectacular, luces que giran y persiguen al azar, la música de mis cantantes favoritos, un video que resumía mi corta vida, espuma y humo. Un centenar de personas incluyendo a los músicos de jean y cabello largo. Y como centro de todo el espectáculo estaba yo temblando de emoción.

Este es un fragmento de la novela Entre Leyes y Amores de Efraín Gutiérrez Zambrano
y de la cual Caza de Libros publicó la segunda edición en este año que ya se avecina al precipicio del tiempo.