El arquero y su estrella
Érase un arquero que cansado de tensar su arco irrompible y disparar sus agudas y letales flechas contra los enemigos de su país, un día decidió retirarse a un lejano bosque, dedicándose allí a vivir tranquilamente, lejos de los fragores y de las crueldades de las guerras en las que había ocupado casi toda su vida.
El primer día de su retiro, construyó una pequeña y fortificada cabaña para refugiarse del frío de las noches y de los crudos inviernos; ya al atardecer, cansado, recostose sobre la hierba fresca, quedándose dormido. Al despertar era ya noche y lo primero que vislumbró al abrir los ojos, fué una estrella muy lejana, extremadamente brillante y hermosa, en cuya lumbre parecía dibujarse poco a poco un rostro angelical, cuyas miradas y sonrisas de mujer encantadora se dirigían inequívocamente al arquero, quien no durmió mas aquella noche y no hizo otra cosa sino mirar y mirar a aquella exótica estrella, ante cuya deslumbrante presencia sentase el arquero como admirado, o inquirido, o señalado por alguien a quien fugazmente viera sabe dios en cual batalla de las tantas en que había combatido, muchas veces sin mirar a quien atravesaba con sus flechas o destrozaba con su espada.
Al amanecer con las claridades del alba, la estrella desapareció con la noche y durante aquel segundo día el arquero, si bien se dedicó a buscar frutas y a tratar de cazar algún venado, en realidad poco fue lo que logró, pues más que al bosque miraba con frecuencia al cielo en busca de su estrella.
La segunda y la tercera noches, y todas las noches de todos los días el arquero miraba a las profundidades celestes hasta lograr mirarse con su estrella, pues el sentía que ella, además de mirarlo con admiración y con cierto severo señalamiento, también le miraba y le sonreía cada vez con mayor dulzura.
Quien será, quien será, que desde el cielo me mira y me roba el sueño y le arrebata el sosiego a mis días? Quien será? Así se interrogaba el arquero, y entonces optó por cambiar sus viejas flechas guerreras por flechas de amor, elaboradas con infinita ternura por sus manos que ya no querían lanzar dardos de muerte, sino caricias enamoradas.
Y tensando al máximo su arco, el hombre cada noche enviaba sus flechas hacia su estrella lejana, flechas que ya no llevaban punzadas de dolor y muerte, sino mensajes de optimismo, de esperanza, de alegría y de amor.
La estrella entusiasmada con los constantes y tiernos mensajes que noche tras noche recibía sin saber quien los enviaba, una noche decidió acercarse un poco a la tierra para constatar quien y como era su romántico y constante admirador.
Sigilosamente y de incógnito, ocultando su fulgurante brillantez tras un negro y grueso mantón, la estrella se acercó hasta la cabaña del arquero, quien dormía profundamente en su pobre lecho de pieles de cabra y hojas secas
Sorprendida, pues no era lo que esperaba, la estrella vio a un hombre viejo, de arrugado rostro y surcados de cicatrices sus brazos, lo mismo que sus piernas, aunque de recia contextura, quien mientras dormía abrazaba su enorme arco y su carjac pletórico de versos, de mensajes de optimismo, de alegría, de esperanzas, de anhelos de paz y de palabras de amor.
La estrella observó y admiró largo rato el contenido del carjac abrazado por el viejo arquero y fugazmente pensó que se trataba de un buen hombre, mas no pudo evitar sentir un poco de compasión por el viejo guerrero, ahora convertido en mensajero de amor y paz y se alejo en silencio hacia las profundidades azulosas del firmamento, y una vez en sus dominios se oculto tras una gigantesca nube gris y desde entonces el viejo arquero jamás la volvió a ver, aunque todas las noches otea nostálgico las profundas alturas donde por breve tiempo viera extasiado a su risueña e inolvidable estrella.
Fernando cardona caro
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