Esta es la historia de una inocente.
Los genes se unieron para compartir,
una vez más,
este trasunto de vivir,
y continuar la vida eterna
y la de una amarga existencia.
Se fusionaron los núcleos
y formaron vida,
una cálida enredada en órganos
que coexistían.
Y pensaba
lo que su madre pensaba,
y soñaba
paisajes de otros pisados,
conversaciones y pensamientos,
sentimientos generosamente ofrecidos.
El crecimiento de aquella
en el útero familiar,
se prestaba y prestó alegre,
pero con algunos sobresaltos.
Y la aspereza de la vida
vibraba fuertemente
para ella. Ésta fue la de
una pobre inocente.
Se abrió
un luminoso orificio.
La luz de Dios
los ojos la cegó.
¡Cuán bella era, Señor!
Qué hermosa
y verdadera eres, Luz.
Ya sintió haberlo visto todo
cuando la tiraban
a una caja encartonada.
Y luego.
Tres meses de hambre y una
triste historia que contar,
desagradable sin más.
Puede que un abrazo que no sentía.
Hambre y sed, y angustia
de ser el último que quizás vivía.
Sus gritos apenas se oían.
Y ahora preguntamos
si hay Dios,
si tenemos derecho a preguntar,
derecho a vivir, a vivir enfadados,
a vivir su desposeída vida
que ella nos ha dejado.
A morir, a no vivir
con veinte años,
con algún objetivo
de perfil raro
que nos impongan o impidan
ser unos desdichados.
Quizás todo sea peor
y es que no haya más moral
que hacer lo que cada uno
le venga en gana.
Perdonad,
hoy me siento triste.