La veía con duda y despedía
un olor putrefacto aquel encuentro,
se sentía. Desprecio había adentro
de su alma adolorida. Despedía
rencor y llanto y él, triste pedía
un mundo nuevo como un epicentro
desde el alma y girar aspas del centro
como un nuevo motor que se sentía.
Prometía la luna y enmendarse,
pero ese ramillete que adoraba,
estaba seco, muerto y en la arena.
Con cirios procuraba perdonarse.
Un negro relicario se asomaba
y anhelaba clemencia por la escena.