Gerardo Barbera

LA BLANCA LLOVIZNA

El sonido de dolor está ahí,

del otro lado de la ventana

ronda como el rostro de aquel ángel,

con esa melodía olor a tierra gris

como la mueca de la vejez,

¡todavía la recuerdo, sí, a esa vieja!

la misma que murió en este cuarto,

ahora, su silueta se aferra a la ventana,

me mira, parece que me llama,

yo imploro a los dioses, quiero no verla,

olvidar el olor a ropa sucia,

el sudor que penetra estas sábanas,

¿Dios, que se vaya, que no me mire!

 

 

Las noches blancas, cuando esa llovizna

se arrastra con su carga de insectos

que adormecen en mi colchón

para atormentar la mente

hasta que aparecen los dedos largos,

blanquecinos, de uñas negras como la muerte,

la misma ilusión de cualquier cadáver,

cuando miro hacia la oscuridad

veo un sueño terrible,

puedo sentir el beso en mi frente

"¡qué bello está el niñito...!

y vuelven a mi las luces de velas encendidas

que iluminan el cielo de nubes furiosas,

la canciones de las flores muertas que yacen

bajo el cobijo de aquella raíz, la del fondo,

esa misma, la que brota del infierno,

y está dando vueltas enteras

en la intimidad de mi ego,

ya no soporto las garras de esa garrapata,

me angustia, y no duermo,

algún día tendrá que morir la llovizna,

no habrá un camino para que vengas,

sin esa agua, tu energía se desvanece

y de hundirás de nuevo en aquella tumba,

la que vero desde aquí,

allá en el oscuro rincón del cementerio.