El sonido de dolor está ahí,
del otro lado de la ventana
ronda como el rostro de aquel ángel,
con esa melodía olor a tierra gris
como la mueca de la vejez,
¡todavía la recuerdo, sí, a esa vieja!
la misma que murió en este cuarto,
ahora, su silueta se aferra a la ventana,
me mira, parece que me llama,
yo imploro a los dioses, quiero no verla,
olvidar el olor a ropa sucia,
el sudor que penetra estas sábanas,
¿Dios, que se vaya, que no me mire!
Las noches blancas, cuando esa llovizna
se arrastra con su carga de insectos
que adormecen en mi colchón
para atormentar la mente
hasta que aparecen los dedos largos,
blanquecinos, de uñas negras como la muerte,
la misma ilusión de cualquier cadáver,
cuando miro hacia la oscuridad
veo un sueño terrible,
puedo sentir el beso en mi frente
"¡qué bello está el niñito...!
y vuelven a mi las luces de velas encendidas
que iluminan el cielo de nubes furiosas,
la canciones de las flores muertas que yacen
bajo el cobijo de aquella raíz, la del fondo,
esa misma, la que brota del infierno,
y está dando vueltas enteras
en la intimidad de mi ego,
ya no soporto las garras de esa garrapata,
me angustia, y no duermo,
algún día tendrá que morir la llovizna,
no habrá un camino para que vengas,
sin esa agua, tu energía se desvanece
y de hundirás de nuevo en aquella tumba,
la que vero desde aquí,
allá en el oscuro rincón del cementerio.