“Todas las hojas besaron el suelo”
F.H.J.
El cielo ya no es un celeste limpio
-¡ mil algodones deshilachados en un añil !-
y a través de las blanquecinas nubes
atraviesa tímidamente como ciclópea gota de sangre,
un sol débil y frío,
-se diría casi enfermizo-
sol que, al caer la tarde,
pinta todo el paisaje
en un único color mostaza
de sombras alargadas.
En ese mismo instante,
como por respeto a los muertos
es cuando el río se calla
y serpentea el valle meditando con sus silencios…
Y comienzan los álamos sus silbantes baladas
al ritmo de otoñales brisas y vientos.
…y, al compás de tal sonata,
las ocres hojas se desprenden enamoradas
para besar a ese suelo
que tanto y tanto han añorado,
y luego fundirse en un sueño eterno
con ese amante que siempre las ha reclamado…
Ya llegó el otoño…
Las aves olvidaron sus trinos,
se desnudó la Naturaleza
de sus primaverales vestidos
y se engalanó con gran presteza
con unos nuevos otros
traídos amorosamente desde el paraíso…
Y el berrear de unos ciervos,
en la verdinegra espesura de algún altozano
añade una voz risueña y rasgada
a la melodía de los álamos…
Y, como telón de fondo, a lo lejos,
para este decorado magnífico,
una sierra, que con sus roquedos
brunos, cárdenos y cenizos,
duerme con sus ancestrales sueños
y adormece todos nuestros sentidos.