Cuando camino por las viejas calles
de este barrio loco y polvoriento
puedo escuchar las voces de los que se fueron,
algunos piensan que invento cosas,
pero esos espíritus me miran desde las ventanas,
esas casas bañadas de tristezas
atrapan a todos los ancianos de ojos blancos
que tratan de escapar de sus cárceles,
porque ahí vivirán para siempre
como las aves que mueren solas
y sin cantos en las jaulas perdidas,
yo no los miro, ellos gritan como serpientes
que se alimentan de la sangre de roedores,
a veces, creemos que son gatos,
son ellos, los viejos que han muerto.
Cuando llego a la casa veo sombras,
destellos extraños en algún rincón.
Sé que alguien encenderá una vela,
bajará las escaleras con las manos extendidas,
dirá con esa voz silenciosa que me espera,
yo no le temo, apagaré esa luz,
saldré al patio, invocaré al Amo de la noche,
rociaré el jardín con la tierra del cementerio,
colocaré mi libro negro debajo de la cama,
esperaré la calma, el sueño de los muertos,
leeré el conjuro del infierno,
las ventanas del barrio cerrarán,
todos los viejos se irán a la cama,
y otro rostro me saludará al llegar la mañana.