Alargaban brazos de lluvia las madreselvas.
Nos ofrendaba determinadas distancias
la tormenta, aguas en hilos maravillados.
Como antes, asistimos al llamado del cielo,
a naufragarnos como peces terrestres.
Nos embebían huecas gotas asombradas.
Llovía y la tarde me recordaba un muelle.
Leves flores marinas compartían
con nosotros sus oceánicas simientes.
Acudía la dicha de una fiesta sencilla.
Éramos pasajeros del agua, de las maderas,
corríamos con promesas en la boca,
con templos secretos bajos los brazos.
Sorprendente fervor el aguacero prodigaba
a los títeres voladores que éramos.
Cielo en acuarelas difusas, los dedos
de las nubes trazaban el valor de la vida, asombro
del amor.
¡lluvia destiñendo los pies! Mar de único siglo azul,
la eterna tarde azul que volcaba pequeños universos
en los charcos. Umbral y frontera del desvanecido
pudor. Nos ardía la mirada con diamantes
de sal y las limpias ilusiones.
Lentamente, llorábamos con el viento,
sencillamente, teníamos la fuerza del río.