(las distintas tonalidades de la inspiración)
Me quedé entonando
una canción de invierno,
con el silbo del viento
y los espejos de escarcha.
Como si este vil tiempo
sucumbiera espantado
en la charca de julio
o en la niebla de agosto,
consumidos los leños
y apagados los fuegos,
negados los aromas
de colores en fuga.
Me quedé descifrando
el misterio de todo,
sin encontrar la huella
en un bosque de sombras,
sin entender el vuelo
de torcazas sin nido
ni el aletear profundo
de una azul mariposa,
sin comprender el llanto
de campanas ajenas
ni las mudas esquinas
de pasos mutilados.
Me quedé con mis huesos
lastimados de olvido
y un tararear absurdo
de primavera oscura,
mirando, sin más que eso,
una arena parduzca
que se viste de vida
y se va entre los dedos,
desnudando flaquezas,
amordazando gritos,
copiando la rutina
de las tardes de hastío.
Me quedé sin la luna
que se marchó en silencio
y se llevó las estrellas
y se llevó su manto.
No me quedó más que esto,
no más que pobres versos,
con gorriones de alambre
y sus trinos de miedo...
me quedé pensativo
sobre un poema mustio
con rocíos de octubre
en mi agenda sin hojas.
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