Sola, escondida,
ebria de silencio
como la noche de un campo,
te encontré,
polvosa, desafinada
dentro de tu sarcófago negro.
Te desnudé,
te acaricié
y me mordiste los dedos.
Devolví mis pasos
pero me persiguió tu dulzura sonora
por las noches,
corriendo
desde la piel a las paredes
o a las espigas o a las estrellas;
por el día,
devorando
segundo a segundo
la soledad del crepúsculo,
y ya no solo fueron tuyos mis dedos,
hasta mi voz sonaba a madera.
Guitarra,
es ahí, en tu cuerpo
donde se extienden
las brisas silenciosas de la tierra
esperando
embriagarse con tu sangre,
es ahí en tu cuerpo,
el sonido
que baila;
es ahí en tu cuerpo
la paz
que habla.
Eres como la casa vacía,
petrificada sobre el tiempo,
hasta que mis manos
como dos ventanas
te comunican con el brillo
del firmamento sonoro,
y ya no tienes
más habitaciones sombrías
sino que un hogar
de acordes y armonías.
Es en ti,
el aire que baila,
es en ti,
el sonido que danza,
es en ti,
la paz
que canta.
25/10/2011.-