Sin máscaras,
sin convencionalismos sociales,
sin sonrisas fingidas,
ni abrazos de político,
sin más tarjeta personal
que yo mismo.
Sin títulos universitarios
ni diplomados colgados de la pared.
Sin batas blancas,
ni trajes de casimir inglés.
Sin denominaciones
¿Para qué?
Tampoco ir pregonando por ahí,
que el corazón es lo que cuenta,
y seguir sin darse,
sin oír,
sin cambiar
el rumbo de los pasos,
ni la mirada.
Sin presumir,
sin asumir,
sin reprochar.
Las vestiduras blancas
no son mías,
me las prestaron
unos soldados
que las jugaban a los dados.
Curioso
que un género tan fino,
unos momentos
antes pertenecían a uno
condenado a muerte.
Uno que fue hallado reo de sedición.
Y como yo iba pasando desnudo,
el condenado al verme,
se dolió de mí,
y generosamente me dijo:
"Ten, son mi regalo,
ahora parto,
pero luego vendré a ti,
y con mi túnica vestido
podré reconocerte,
y cenarás conmigo
al terminar el día."
Por eso puedo ahora
presentarme a ti amigo,
amiga, sin máscaras,
ni otras vituallas.
Lo único que llevo puesto
es esta túnica blanca,
Prestada ,
y esta gota de sangre
en mi pulgar,
esta en mi oreja,
y esta en el artejo del pie,
las tres a mi costado derecho.
Sin otra vestimenta
estoy desnudo,
y nada tengo.
Y nada sé.