"van las muchachas
cada paso más lindas
y yo más viejo" (Mario Benedetti)
Hay un silencio encaramado entre la gente
y en la mañana de primavera desflecada
se arropan los cuerpos ante el frío
que llega, inoportuno e insolente.
Las nubes cruzan raudas, ora blancas, ora oscuras,
una llovizna vertical brilla en el tiempo
de un día que no está en el almanaque
ni entiende de estaciones florecidas.
Un perro cabizbajo y consumido se lamenta
por lo bajo, se echa y duerme,
en tanto un pequeño sol empobrecido
se debate por prestar su abrigo.
Se bambolean las rosas y los lirios
en el jardín de enfrente y trasponiendo el umbral,
la vereda asume su soledad humedecida
bajo una alfombra inquieta de papeles.
El viento no respeta ni las canas
y azota sin piedad en la nostalgia,
vuelan aves y sueños tomados de la mano,
se disgregan los trinos y los amores.
El viejo trata en vano de abrir el portón negro
mientras revolotean recuerdos y hojas sueltas
y con una sonrisa desgastada en los abriles,
calladamente observa, calladamente observa…
a la joven del violín que sujeta su pollera
y guarda en el bolsillo de su aromada blusa,
un colorido mensaje de la primavera mentirosa
junto al escudo de la english school de rojo brillo.
Entonces el anciano con su mano temblorosa,
corta la rosa, aspira su fragancia
y la ofrenda al clavel juvenil de su sonrisa,
para oír de su lozana boca “thanks, very beautiful”
(Y dejó de ser, por lo menos para dos, primavera mentirosa)
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