Es muy difícil para mi, hablar de quienes emprendieron el viaje antes que yo. Son muchas vivencias, coincidencias y discrepancias, las que nos unieron. No hay hora del día ni de la noche que no los recuerde. En cada palabra, en cada gesto que veo, por cada lugar por donde paso, siempre hay algo para recordarlos .Viven en mí, están conmigo. Hay dos momentos en mi vida: antes y después de ellos. Pueden llamarme egoísta pero nada puedo hacer para evitarlo; cada vez que despedí a uno, sentí la necesidad de darle un pedacito de mí para que lo acompañara. Me mantiene la esperanza en la palabra de Dios, cuando habla de la resurrección y anhelo ese momento para encontrarnos nuevamente, verlos, tocarlos, oírlos, compartir mejores momentos de los que vivimos. A veces quiero estar en un puerto, ver llegar a los barcos y que en uno de esos vinieran mi seres amados, para darles más de lo que siempre les di. Decirles lo que ahora comprendo no les dije, tan continuamente como tal vez ellos quisieron o necesitaban haberme escuchado decirles: los amo y nada ni nadie podrá sustituirlos nunca. Quizás algunos de ellos no me dieron mucho a mi tampoco pero no me importa, lo más pequeño que me dieron, hoy me hace falta y al no tenerlo, me envuelve la realidad de su cruel ausencia. Una insoportable sensación de soledad me acongoja, así haya un ejército de personas a mi alrededor. Perdónenme los que se sientan discriminados, los amo también pero siento que hay un cordón umbilical que irremediablemente me sujeta aquellos que perdí.
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MIRIAM RINCON URDANETA