Paso yo siempre en bicicleta preguntando a los árboles como has estado.
Y al acercarme con cautela frente a los aposentos magníficos del altar esculpido en incertidumbre,
observo expectante el acontecer de tu ventana con amapolas pequeñas en maceteros de plástico.
La suspicaz cortina verde logra mantener aquella imagen guardada,
en el deseo impecable de tu caballero benigno.
Magnética la sangre de mi pecho adormece los momentos frente a los paisajes ancestrales de un lejano presente donde la suavidad de tus expresiones acariciaba mi alma y la enredaba con cadenas.
¿Cuantas pasaron?
¿Cuantas palabras?
¿Cuantas flores anochecieron en el pecho de mi existencia?
Y sigues ineludible a los ojos que adornaste un día con la silueta ardiente de tu amor adormecido, cauteloso, taciturno.
¿Cuantos años Verónica? y aun apareces.
No recuerdo la imagen de tu rostro, que dejó palpitando ese nombre en los atardeceres de mi caminar.