ingrid chourio de martinez

¡EL ESPEJO!

El hombre mira a su alrededor El viento golpea su rostro y mece sus cabellos ensortijados. Su faz parece de piedra. Con pasos lentos se dirige a las ruinas de lo que otrora fue una casa de citas. Llega al pie de la escalera rota y carcomida por el salitre, por el tiempo. Se detiene y piensa para sus adentros.

            -¡Encontraré lo que busco? ¿Qué guardan estas derruidas paredes de mi pasado? ¿Lograré unir mis eslabones del ayer con los de hoy?

            Con esa lluvia de interrogantes sube poco a poco, hasta llegar a una puerta de doble hoja que bate la brisa marina.

            Recorre cada centímetro del lugar. Se encuentra con un gran salón donde hay algunos mostradores, lámparas, mesas y sillas. Se acerca a una rockola que está en una esquina, el polvo lo hace estornudar, su cabello se cubre de telaraña. Levanta una silla del piso, se asegura de la fortaleza de ésta y se sienta. Desde allí, su vista domina todo el lugar. Del techo cuelgan varias lámparas en forma de ele, sobre los mostradores posan botellas de todo tipo. De pronto, se levanta y con pasos rápidos llega a un extremo del salón donde hay un abrigo colgado de un perchero, lo revisa ávidamente, pero no consigue ¡Nada!

            De repente grita con voz llena de dolor, de desesperanza:

            -¡Aquí trabajaste! ¡Dame señales de ti! ¡Sólo tengo una condenada foto donde me llevas en tu vientre! ¿Por qué me dejaste? ¡Nunca supe de ti! ¡Conozco tu rostro por esta fotografía!

            Sus ojos se llenan de lágrimas y allí, de pie, escucha las respuestas del eco que le devuelven sus dolorosos lamentos. Se lleva las manos a la cabeza. Cierra los ojos con fuerza al sentir fuertes relámpagos, que parecen querer abrir el cielo. Al desparramarse la lluvia comienza a escuchar voces, risa, música, choques de botellas, de vasos. Va abriendo sus ojos. ¡Nada ve! Pero sus oídos continúan percibiendo los mismos sonidos.

            Se dispone a seguir recorriendo el mismo lugar, pero se detiene al distinguir sobre uno de los cajones del estante una gorra de marinero y al lado de ésta, una enorme pipa, esto, le hace volver sus pasos, hala la pequeña puerta, entra, revisa la gorra  y la pipa. Sigue escudriñando los cajones del destartalado estante.

            Se lleva las manos a la cabeza, cierra de nuevo sus ojos para concentrarse y escuchar de nuevo algo que le pueda dar indicios sobre ella, que lo dejó siendo tan sólo un pedacito de carne.

-¡Hola! ¡Vengo a gozar contigo! ¡Qué tal preciosa! ¡Vamos a tu habitación! ¡Te quiero! ¡Llegó Dutch! ¡Bull Shit! Risas.

            -¡Yaaaa!

            Grita desaforadamente y pareciera que le escuchan, pues las voces cesan. Fija la mirada en una cadena que está tirada en el suelo. Se inclina y la toma en sus manos, abre el medallón y en su interior se refleja la foto de un bebé recién nacido. La observa fijamente, sin dejar de detallarla, mete su mano derecha dentro del bolsillo de la chaqueta y extrae una pequeña foto, la compara con la del medallón. ¡Es él! ¡Ella si estuvo allí!

            -¿Estará viva? ¿Dónde la puedo encontrar? ¡…Necesito saber de ella! ¡Dios mío ilumíname! ¡Han pasado tantos años desde aquel día en que me abandonó!

Vuelve su mirada hacia el camino de los cuartos, se dirige hacia allá, sube y observa la hilera de cuartuchos separados por tabiques de cartón. Los va revisando uno a uno. Encuentra en ellos; trapos, papeles, vasos y las paredes forradas con hojas de revistas donde se ven hombres y mujeres desnudos. Cuando llega al último cuarto del lado derecho del sucio pasillo, lo impresiona un espejo de una dimensión amplia, adherido a la pared, en el cual se refleja el muro del antiguo castillo, que muchos años después se convirtiera en un lenocinio.

            El olor que impregna el lugar lo hace estornudar repetidamente, sin embargo entra a inspeccionar, pensando que en ese cuartucho puede estar el eslabón perdido de su pasado. Se sienta sobre un banquito de ladrillo, pero el gran espejo no refleja bien su figura, ya que está lleno de polvo y telarañas que no permiten ver nítidamente. Saca un pañito de su bolsillo y comienza a limpiarlo. Cuando se agacha para limpiar la parte de abajo, escucha una voz que exclama:

            -¡Te quiero mi vida!

            Estupefacto se pone de pie y se echa hacia atrás, cae sobre el banco donde se había sentado antes. Su mirada se posa en el espejo.

            -¡Dios no puede ser! ¡Es ella!

            Entra un marinero, le habla, la acaricia y la posee. Sale el marinero e inmediatamente hace su aparición un hombre tosco de piel morena que le habla  con cariño, la apretuja contra si, luego la lanza a la cama y  la penetra. Ella, con los ojos abiertos y la mirada hacia el techo, como si no sintiera absolutamente nada.

 

            Él, impávido contempla aquella serie de episodios sexuales, donde ella, su madre es la principal protagonista de esas fornicaciones, de ese revolcarse con éste, con aquél…, con cualquiera. De pronto, entran tres marineros, uno lleva la gorra ladeada en su cabeza, el otro, la trae debajo del brazo y el tercero no la lleva puesta. ¡Dios mío1 ¡Tiene entre sus dedos un puñal! Y, ella…ella está con la mirada temblorosa y su mano angustiada tamborilea con los dedos sobre el muro. “El espejo recogía la imagen de dos gorras de marinero tiradas entre las sábanas junto al pequeño fonógrafo”.

            -La tercera es la que vi sobre el mostrador.

            Reflexiona él. Vuelve a la realidad cuando escucha:

            -¡En ese espejo se podría pescar tu vida!

            Y ve al marinero de la gorra ladeada, acostado sobre la cama escuchando el fonógrafo. El segundo desnudándose. El rostro de ella refleja angustia.

            Aterrado, mira al tercer marinero acercarse a ella y con ferocidad hunde el puñal en el vientre, ese vientre donde se formó su ser. Con dolor profundo ve la mano ensangrentada resbalar por el muro, y como el marinero de la gorra ladeada saca un arma y dispara contra el tercero.

            Y… él, sigue allí, viendo como, la mano del eslabón de ese pasado que el espejo le reflecta, resbala a lo largo del muro, hasta caer en el pozo de su propia sangre.

 

05/08/2.004

Autora: MSc. Ingrid Chourio de Martínez

Del Cuentario Nostalgia