El sol acrecentándose en espigas,
intacto, continuo nacimiento del fuego.
Es un manojo destacado el día.
Pujante marea sideral.
En el bullicioso ardor, tú;
girando con ventiscas fueguinas,
entre cabelleras de vientos,
ácidos celestes,
en rojos silencios de corazas
y demás escudos…
Plateado río avanza
a las veredas y riega árboles cansinos.
Fuguémonos a mi cuarto
de umbrales marinos,
a mi nítido lecho de asombros
y plantaciones de besos y cascadas de miel
y amapolas desterradas.
Sabes…, te pretendo en mi poema
de privadas estrofas
como un verso protagonista,
palabra celosa,
y fervor de metáforas.
Te proclaman mis signos.
Ámame, sorprendiéndote con lo cotidiano.
Más allá de tantos confines
aún estás rodeándome,
en tiempo prolongado de besos,
concentrando mis ambiguos pasos,
demoliendo tajamares de miedos,
y desprendidos dolores.
Tantos días, esos días, muchos,
enjaulado en la noche,
la noche deshojando, partiéndola,
pensándote en mi aposento carcelario
y polvos y añejos truenos
y relámpagos inversos.
Quiero tenerte en mi orden
con mis cajones abiertos,
con mi memoria anidada a ti,
pero tantas veces te evades
en otras puertas,
en los desordenados amaneceres,
en otros pasadizos de luz vertical.