Regresa en el viven de las palabras
a la torre entre la playa cimentada
donde escuchabas el eco de mi voz:
¡Alegría, alegría!
Allí bajo la luz del faro
los peces henchidos de pasión
salían al encuentro de la vida.
Aquí nosotros hacíamos del crepúsculo
la lámpara del éxtasis
mientras el pensamiento en olas
comenzaba a interrogar.
¡Qué pretensión tan vanidosa la tuya
de querer evitar que mis manos
sobre tu piel
se hicieran lluvia!
¡Qué presunción tan humana
separar del instinto la razón!
¡Qué necedad perseguir el orgasmo
para después odiar el milagro de
la vida!
¡Qué desolación más grande:
admirar el cuerpo que flamea
sin contemplar el alma que musita!
Efraín Gutiérrez Zambrano