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Fruto del táctil reflejo

 

Mi hijo: preciada gota de inmenso gozo;
placentera visita; él és mi estrella.
De este cosmos, inmenso pequeño trozo.
Sólido frágil, líquido duro: la huella.


Hijo mío; son dóciles tuyas alas,
si se miran tus verdes y enormes ojos,
en los cuales, no caben entrando enojos.
Son reposo; ancho mar, cual ofrenda calas,
y del campo, és mirar, que extrae rastrojos.


Eres brote maestro; hijo, mía doctrina.
Tu inocencia por innata; excelsa embarga,
con riqueza se apresta, a ser mi madrina,
y enseñarme la diestra magia que alarga,
sencillez, que es solvencia clara y divina.


Mi fruto; pequeña joya,
crece y crece en esplendor,
paso de uno a dieciocho años,
ágil subió los pedaños,
si hiciera falta se apoya,
en respaldo que es amor.


Sin ser para nada experto,
és la página de un libro,
cual cuenta tanto despierto,
y por él -estando abierto-
de confundirme me libro;
y como alumno en escuela,
que aprende y jugando vuela,
acaricio la presencia
de esa extraviada estela.
Asomo de complacencia.


Me sonríe con cariño,
y disfruta cuando ve,
que con acierto yo sé
-al leer su yo de niño-
el pensar que como guiño,
le conduce hasta decir
lo escogido al decidir.
-suaves deseos hermanos,
cogidos con dulces manos,
den salud al porvenir-


Se cuestiona parte ingrata,
mal pagada de labor,
que bañada en gran sudor
da miseria con posdata:
es consumo inmensa errata,
tiranía enorme y cruel,
que olvidose de hombre aquel,
impregnado de valores,
cual cambia cardos por flores
subido en blanco corcel.


Siempre le dije que afecto,
¡salve! debe proteger,
al con éste disponer,
del arte de un arquitecto,
que fiel encorva lo recto,
doblando la sibilina
rigidez, que en cada esquina,
aguarda donando espanto,
ladrona de tanto y tanto,
cual robando desatina.


Mi hijo fue bendecido; por nubes que con tacto
le posaron en huerto. De la hoja siendo tinta,
cual escribe de cierto; y a tierra deja encinta,
al haber comprendido, efecto de cada acto.


Vino impreso y servido de origen tan exacto,
que a pesar de lo incierto; su ser seguro pinta,
la bondad con acierto; de forma muy indistinta,
Lo que un Dios decidido, citó al firmar el pacto.


Conversa con las rocas por gracia de sus luces,
dulzura tiene que auna; La Biblia y El Corán,
repudia pugnas locas, de lunas contra cruces,
pensando, la otra es una; e igualmente se dan,
en ambos sabias bocas, nos libran de ir de bruces,
prendiendo guía alguna, cual brota del volcán.


318-omu G.S (BCN-2011)