Andrés Mª

EUXENIA Y LA MEIGA - CUENTO -

Érase una vez una niña preciosa de 7 años. Se llamaba  Euxenia y vivía en una pequeña aldea de un pueblo perdido en las montañas de Orense, que lindan con Portugal.

Euxenia nació con un defecto físico: nació con un pié zambo. Al caminar, casi arrastraba el pié izquierdo, y de esta forma marcaba más su cojera. Pero a ella no le importaba mucho, pues era feliz y siempre estaba contenta. Era hija única y su madre María la adoraba y protegía con un cariño muy especial, sobre todo desde que enviudó  a los pocos meses de nacer Euxenia.

Durante la semana iba a la escuela a Entrimo, un pueblecito que distaba 3 kilómetros de su aldea. La llevaba Pablo, el lechero, en su camioneta, y la recogía al mediodía para regresar a la aldea.

A Euxenia le gustaba mucho la naturaleza y pasaba horas enteras deambulando por los bosques cercanos a su casita.

Un día en la escuela, un niño regordete y malhumorado empezó a meterse con ella y no hacía más que decirle “¡Es fea e coxa e arrastras o pé como un porco ferido!  Es fea e coxa… es fea e coxa…” (Eres fea y coja y arrastras el pié como un cerdo herido).

Euxenia salió corriendo, como pudo y emprendió el camino de regreso a su casa. Cuando ya había dejado atrás el pueblo, tomó un camino de tierra, que servía de atajo para llegar antes a su aldea.

Cansada, sudorosa y con la cara manchada de lágrimas y mocos se acercó a un arroyo que ella ya conocía, cerca de su aldea. Se arrodilló en la orilla como pudo y con sus dos manitas juntas cogió agua para lavarse. De repente… algo se movió en el riachuelo. Era como una foto sobre el agua… ¿Qué era aquello? La imagen no se movía y en cambio el agua sí. Poco a poco levantó la cabeza y justamente, enfrente de ella había una mujer muy bella, vestida elegantemente con vestido de falda larga y una capa azul celeste. Se quedó embobada mirándola…

-Hola, señora, no te había visto…

-Yo a ti, sí, Euxenia.

-¿Me conoces?

-Claro que te conozco, vives en la aldea y vienes muy a menudo por estos bosques, que sé te gustan mucho.

-Sí, la verdad es que me gustan muchísimo. Oye y tú ¿cómo sabes todo eso de mí? Yo nunca te he visto.

-Yo me llamo Aureana. Soy Meiga. ¿No has oído hablar de las Meigas?

- Creo que sí, mi mamá me cuenta a veces cuentos de brujas, que dice que son verdaderos.

-Un momento, Euxenia. Las brujas son malas. En cambio las Meigas somos buenas. Ayudamos a la gente que se lo merece.

-No lo sabía.

-Dime ¿por qué venías corriendo y llorando? A mí me lo puedes contar, soy tu amiga…

Euxenia le contó lo que le había ocurrido en la escuela y que las palabras del niño le habían asustado y se sintió muy mal. Cuando venía hacia el bosque se dio cuenta de su defecto, que aquel chico gritando le había echado en cara. Se comparó con sus amigas y compañeras de escuela y se asustó pues se sintió muy distinta a ellas. Ellas, todas, eran normales…

-Euxenia, no le des importancia a los defectos físicos. Esos… se pueden curar y corregir. Si Dios ha querido que nacieras así… por algo será… En cambio los defectos del alma son los que de verdad nos deben de preocupar. Ese niño que te ha insultado lo ha hecho con malicia, por envidia o por cualquier otra razón… vete a saber… Pero ello indica que no tiene un alma bondadosa, caritativa, ni limpia… y eso es muy difícil de corregir.

-Bueno, si Dios lo ha hecho así… será por algo, ¿no?

-Dios no crea las almas manchadas con malicia o envidia. Somos nosotros los que las manchamos. Tú, en cambio, tienes un alma pura y limpia. A pesar de los insultos, le disculpas…

Bueno, Euxenia, yo estoy aquí para ayudarte y lo voy a hacer. Dile a tu madre que venga contigo esta tarde al riachuelo. Ahí donde estás sentada, pondrás antes de irte una piedra para marcar el sitio donde has estado. Cuando lleguéis aquí mirad al riachuelo. Vereis, a vuestros pies, dentro del agua, cómo brillan ciertas cosillas que yo habré dejado. Teneis que cogerlas. Son cien. Con ellas tu madre podrá llevarte a la ciudad, donde te operarán ese pié, dejándolo en su sitio y perfecto y tu podrás andar normalmente y correr y disfrutar de tus paseos y caminatas.

-¿De verdad?

-De verdad. Te lo prometo. Sólo voy a pedirte a cambio una cosa…

-Dime, Meiga Aureana.

-Sigue siendo como eres… generosa y alegre… y disculpa o perdona, como has hecho tú hoy, a quien te ofenda. Quien lo haga no es consciente de lo que hace… y si lo es… es malo. Y a los malos lo que más les fastidia es que les perdonen.

-Gracias, Aureana… haré lo que me pides… No me costará mucho pues no sabría hacerlo de otra forma.

-Lo sé. Y ahora sigue lavándote para que tu madre no se asuste al verte. Ya nos veremos. Me alegro de tu existencia.

De repente la Meiga desapareció y Euxenia se lavó y fue a su casa para contar a su madre todo lo ocurrido.

Por la tarde regresaron las dos al riachuelo. Allí estaba la piedra que había dejado Euxenia marcando el sitio. Se quedaron mirando las transparentes aguas del pequeño arroyo y poco a poco, como por arte de magia empezaron a brillar, dentro del agua, cantidad de lucecitas doradas… La madre se metió en el arroyo, que no le cubría nada más que hasta las rodillas. Se agachó… metió las manos… y…. comenzó a coger una a una las cien pepitas de oro que había dejado la Meiga Aureana.

Con nueve años Euxenia, andaba perfectamente y seguía disfrutando de todo… Seguía yendo al bosque y al riachuelo. Pero no volvió a ver a la Meiga Aureana.

Sé generoso con los demás. Oculta sus defectos y quiérelos como son. Aprende a respetarlos y a entenderlos. ¡Ah! Y alégrate de su existencia pues es el mayor don que tienen.

Y nunca olvides como dicen los gallegos: Creer ninguén cree en elas... mais habelas ahilas!
(creer nadie creer en ellas... pero existen!)

Y colorín colorado… este cuento se ha acabado…

 

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