Vuelvo a lo que haces en la casa nuestra
cuando cabalgas sobre las horas indómitas
y retas al invierno que carcome la madurez del techo
y sacude sus racimos de tiernos y furiosos tintineos
con esa aurora de rosa perfumada y bendecida.
Esta mañana enjuagabas sin reproche ni protesta
los trastos vetustos y pesados de pobreza densa
con la episcopal delicadeza de tu llanto de niña
y cruzaron el jardín de tu rostro de ángel
esas olas de profunda transparencia
que convierten las penas y el dolor en perlas.
Supe así que el día que aceptaste caminar a mi derecha
era para lucir ante el mundo el placer invicto de tu risa
y cincelar sobre el frágil color de los guisantes
la promesa de amor espesa y amarga de la ruina.
Mas ante el vasto dominio de ceniza humedecida
tú sales como la fulgurante copa de añejado vino
y sin pensar en el oropel de la fastuosa vida
te desvelas para limpiar ese moho que tiñe los vestidos.
Contigo no me asusta que los días lleguen y se marchen
si tengo en tus labios esa riqueza de oro inagotable
que hace de nuestra humilde casa una frondosa arboleda
y de la febril angustia que cercena el calor de la nhelada hoguera.
Efraín Gutiérrez Zambrano