III
Aquí, mientras camino bajo los aleros,
la ciudad empieza a soltar hojas mustias,
afligidas, como el dolor de una pérdida,
como si de súbito eruptara angustia.
Me aquieto un instante mientras la luz
mortecina, -siempre es mortecina-
invade en gemidos los techos y se descarga
como lluvia por los bajantes hasta los peatones.
El tráfago de la ciudad se ha detenido.
La urgencia ya no es la de cuando tú estabas.
Todo se ha aquietado, está varado
esperando ese tren que rebasó la esquina.