Fue en los parajes invisibles
y ensoñadores del amor
donde aprendí que los besos
pueden ser apócrifos
y tener para el incauto amante
el sabor de insospechada vianda
que con el paso sin prisa y sin pausa de los días
termina por darnos
en la menor de las sorpresas
los acostumbrados síntomas
de ligera pero mortal indigestión.
Pero en ese lecho de amor herido
por el fatal cuerpo de los ósculos
no puede ir a parar la galera de tesoros
que se esconden
en la unión de esas aguas cantarinas
de ríos y de piélagos
que desbordadas de pasión
hasta los cielos suben en flamas del incienso.
No sé, y por eso pido ayuda,
que alguien me saque de la duda
o la ignorancia que nos hace olvidar
ese bosque de arpegios azules
donde el sello de las bocas
es un símbolo de luz que a los árboles
ilumina en medio de la noche
que sin ojos nos vigila
pero que ante el lucero que titila
nos brinda el majestuoso goce.
Por eso no entiendo, lo repito,
que los humanos pongamos en el beso
el pincel que da forma a las caricias
y que pinta sobre la cresta azul de la montaña
la promesa que no se ha de cumplir
y que al amor mata y engaña.
Efraín Gutiérrez Zambrano