Versany se había sentido atraído por la cantidad centellante de luces y jugaba intentando cubrirlas todas con las palmas de sus manos, mientras en las paredes ellas se escapaban a fulgurases estallidos, dejando de parpadear, se fijaban en un intenso azul a punto de romper.
-¡Cribas, cribas! –sacudía.
Las bombillas de señales empezaron a estallar, dejando cada una un pequeño poro filtrativo por donde empezó a introducirse el agua procedente de un exterior inmediato a la averiada Central. Esta situación pareció emocionar desmedidamente a Versany, quien no tardó en embriagarse de lúdica distracción.
Repentinamente la Central fue tomando ascenso, como si buscara flotar sin manejo.
-Ven Josuá… No te separes de mí –buscando seguridad en la sincera inocencia lograda por Versany en aquellos dramáticos momentos-. ¡Aquí no! Oh Cribas. Qué está sucediendo… Cómo puedo ser tan estúpido.
Con el agua a las rodillas corrió hasta el tablero de co0municaciones y buscó la manera de darle la función para la que estaba hecho, mientras él permaneciera dentro. No importaba nada hasta dónde pudiera abarcar su ignorancia respecto al verdadero desarrollo de la central más allá de sus sensores de formulación, poco podía hacer ya por salvar el acondicionado sonar… Si existió entonces un congestionamiento “telecíclico”, cómo fue que llegaron hasta allí tantas cuestiones, ciertamente ciertas para quienes las abrieron, y de otra manera, cómo fue que obtuvieron respuesta corrida, apartadas como en efecto sucedía. Ahora tenía, bajo cualquier recurso posible allí, que recordar algunas de las claves sugeridas fugazmente hacía mucho tiempo atrás para las otras Centrales Intimas de Telerradiaciones…
-¡Delfín! –abrevió en un sobresalto chispeante que les mudó enseguida de elemento.
-Sí, correcto –respondió una segura voz femenina del otro lado-. Aquí Delfín del Camerún. Adelante.
-Habla Litbur, Central Única del Meridiano Cero en Occidente… Necesito conocer mi localización actual, por favor…
Un inoportuno silencio siguió a las palabras del Centralista Litbur… Corto pero justificado.
-Sabe de sobra que no debería estar allí Sr. Litbur –respondió la voz en tono amable-. Pero no desespere, ya están desmontando la Central, y dentro de unos minutos saldrá a flote… Observe.
En el trío de monitores, que prácticamente nunca utilizaba, se dejaba ver el proceso de desmantelamiento de la que antes fuera su Central Intima de Telerradiaciones. La estructura esferoidal de unos trescientos metros de diámetro, que además era su hogar, por fuera resultaba indistinguible entre la cuantiosísima cabellera de fibra óptica que brotaba de los gruesos tallos de distribución en todas direcciones, y se perdían ondulantes en la extensión acuática, como una madeja imposible al más ligero enredo. Un medio centenar de ágiles buzos se encargaban de desconectar los tallos de la esfera, y otro tanto a bordo de submarinos iban recogiendo y empacando el cableado que debía extenderse a cientos de kilómetros a la redonda.
Una tarea similar hubiera resultado prácticamente imposible en la ubicación original de la Central bajo las montañas andinas. Aquellas redes de comunicación eran considerablemente costosas, y en su relación funcional guardaban secretos que los Empresarios preferían siempre rescatar a cualquier costo, sin que importara la ingencia de sus proporciones. Además, no podían permitirse el riesgo de dejar abandonada una estructura de aspectos y características tan vitales para la empresa, como si se tratara de un satélite subterráneo pasado de moda.
Litbur lo sabía mejor que nadie, pero antes no había tenido razones para contemplarlo desde fuera, como en aquellos instantes de cambio.
Cuando lo últimos tallos fueron desconectados, la esfera buscó salir a la superficie, hecha una sonda desnuda de paquetes de macro enchufes, aislada y sin vida como una matriz desmembrada.
Versany se prendió de las piernas de Litbur cuando la oscuridad invadió el interior por completo, pero antes de que éste consiguiera las palabras apropiadas para tranquilizarle, el casco de la estructura fue levantado. Un trío de hombres refulgentes bajo el intenso sol marino hicieron descender una escalerilla y les ayudaron a salir.
Unas 6 embarcaciones flotaban ordenadas en círculo cercano, en aparente sosiego sobre un mar calmado. En sus costados se leía: Compañías Britchell, igualmente en los diferentes tipos de traje que usaban los empresarios, dependiendo del cargo de cada uno de ellos.
-¿Ud, debe ser el Sr. Litbur? –preguntó uno de ellos, robusto y pecoso en demasía.
-Así es… Y este es Josuá, mi compañero de turno.
-¿No estará enfermo… O si?
-No, no. Claro que no. Son sólo los efectos de tanto cambio intempestivo. Esperemos conseguirle una rehabilitación temprana en este desagradecido mundo…
-Los jefes Aproppion y Sedujana le esperan –le comunicó.
Litbur no pudo evitar su sorpresa ante el comportamiento de aquel sujeto. Era obvia en todo él la previsión que inquiría en Josuá, como si cierta sensación lo llevara sin fallos hasta la consciente relación, aún cuando no tenía idea de lo que estaba sucediendo exactamente… De allí a estar a un paso de la ayuda, toda una Empresa que atravesar, el auxilio se perdía sin más, absorbido por tanta llamada cofrecuencial…
-Si no le molesta Empresario –pidió Litbur para sacarlo de su arrobamiento-. ¿Podría informarme acerca del lugar dónde nos encontramos?
-Eh... Disculpe, en el Golfo de Guinea, señor, muy cerca del Atlántico abierto… ¿Si desea conocer las coordenadas de la Empresa?
-No, me gustaría ver a los Jefes de inmediato… Veré si logro recordar la ruta… Vamos, Josuá.
Caminaron sobre la angosta plataforma que conducía a uno de los enormes cargueros, anclado como a 300 metros, como el sólido edificio que era.
-Este es el mar Josuá, o el océano, si prefieres… ¿No es tranquilo? –se detuvo-. Obsérvalo chico. Todo nos ha conducido hasta aquí… Pero debes estar calmado; seguro que saldremos juntos de este difícil encuentro; tú y yo, y quien quiera que necesite de este trabajo. No es posible que en todo esto no haya un modo de corregir esa fuerza. Mira, es como si las olas hubieran desaparecido… Si, tiene que haber tal encuentro, de otra forma no funcionaría… Ojalá y los Jefes ya estén al tanto, sabes, no tengo mucho ánimo de explicar.
Versany tiró repentinamente de su camisa, sus ojos brillaban de alegría, y un fervor alarmante se apoderaba de sus actos empujándole hacia el agua.
-¡Calma, calma Josuá! –le detuvo Litbur tomándolo por la cintura con fuerza-. Son delfines.
-¡Delfines, delfines, delfines! –repitió él alborozante.
Como si de hecho lo hubieran percibido, el pequeño grupo de mamíferos acuáticos comenzó a acercarse, mientras uno a uno saltaba vigorosamente de un lado a otro del andén levantando el agua.
-¡Oh, cribas! El encuentro se está dando –estimuló Litbur-. ¡Se está dando!
Continuará…
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