Un día gris lleno de incertidumbre, la flor no retoña, el sol se escondió en el norte, la brisa camina de puntillas sobre el follaje azul.
El tiempo se dilata, se hace lento, te veo, me ves. Te sientas a mi lado. Las preguntas habituales salen como dardos cargados de tanta duda.
Es cuestión de hambre, tiempo o luz faltante. Estamos los dos sentados tu refugiada en la caja tecnológica y yo en la bitácora lirica.
El silencio reina ante el bullicio de melodías olvidadas, conversaciones sin sentido, brisa y algo más.
Los dos sentados en nuestra mágica máquina del tiempo, sentados sin conocernos, somos dos conocidos que jugamos a desconocernos.
Solo un espejo lejano rompe la ausencia de nuestras almas.
Que pasa por tu cabeza, que pasa por la mía, parece que nada importa, parece que todo importa, parece que no es nada.
Un manojo de fugaces y distantes miradas rabotan en el piso, se funden en nuestro vago interés.
Sin pensar llegamos a la academia, un final deseado, caminamos por la senda recta, con anhelo de que esto termine, este nudo enfermo se haga trisas.
Tú con la pequeña certeza de que el mañana será como el ayer, yo con la duda y el cambio.
Una realidad encerrada en un instante. El producto de una ilusión egoísta, rompió la base del castillo construido de sal.
El tiempo corre por sus senderos, yo olvidando que unas veces fui aire y tu recordando que otras veces fuiste fuego. El Ícaro se planto en la mitad de la calle, la brújula marco ese norte que ya no está en el mapa, tu y yo nos escurrimos en la vergonzosa zozobra de recobrar nuestros pies, de ablandar nuestras manos, de sentirnos humanos.