Y la pasión nimia
llenaría, irreconciliable,
aquel tiempo y lugar.
Sucumbe, humillada,
alejándose, educada,
en la bonanza del orto.
Inquilina vanidad,
caminante de templanza,
al revés de la realidad.
Donde la nodriza ondina
suavemente columpia
un cupido abatido.
Custodia la cancerbera
la muerte del alma,
aquellos cinco minutos...
Y el beso desnudo
ahogándose en su llanto…
dice -vete, son las doce y cinco.