Me abruman,
las palabras desiertas,
ante el rumor oculto
de su nombre,
que van atropellando
mis profundas aguas,
con el clavel marchito
de su penosa ausencia.
Duele el que no estés
y se convierten
en confusión mis días,
ante la angustia
de no poder llamarte
por tu dulce nombre,
porque he entendido,
que ya, no me respondes.
Gimen mis noches de ausencias
y me trago mis lagrimas amargas,
porque de tanto llorar
he extraviado,
hasta mi propio nombre.