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Di de lleno
con la rama flexible,
azote para conventos.
Sin embargo
su verdor incipiente colmó
mis lentes de burgués,
haciéndose ver como suave
pértiga de los campos.
Entonces detuve aquellas pisadas
que codician un implacable horizonte.
Deleité la conciencia
con remedo de serranías
por donde el pie talló percepciones
que aún hoy
eclipsan mi ambición más frecuente.
Acaricié la niñez cándida
en brotes que hamacaban
saludos de seda.
Estalló, quedamente, mi jardín transversal.
Y me comprendí vegetado
al ritmo del astro supremo,
que sonrió fulgores por doquier.
En adelante
a todo verdugo negaré la oportunidad
de blandir como flagelo
estos tallos que, inaugurales,
sólo proponen fraternidad y ternura.
Habrá alguna estrella,
que desconozco, dentro del tiempo
próximo, donde alojar la nueva piel
cubierta por pimpollos y hojas verdes.
Quizás también allí
no exista Julio yermo
ni nevadas de Agosto
que impugnen mi espesura.