Acebuches sombrean mis ojos,
tornando los bellos párpados de antaño
en telón de cemento.
Cal cubre el candor de mis manos,
palmas llagadas que tantean a ciegas
el sendero sirioso de tu halo.
Balsa seca es mi boca,
nutrida por el aleteo incesante
del azúcar húmedo de tus labios.
Cuenco de tu ardiente semilla,
será ave yerta, como duna desolada.
¿Dónde voló el meollo de mariposas
que anidaba tu amado estómago?
Corazón a la deriva, temeroso de convertirse
al fin, en puñado de esparto.