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Sortilegio indeleble


La vida y la muerte,
cuales lesbianas creativas,
se dejan hacer y procrean.
Ambas son mi debilidad.

*** *** ***

Porque la muerte; de la vida es,
amigo y esposo.
Y la vida de la muerte a su vez:
mujer y concubina.
Y de él -muerte solemne-
la vida -amante leal-
pare hijos.
Que amparados en el regazo de su madre,
entre travesuras y dilemas corren,
dinámicos circulan.
Y esperan esa calma que vendrá,
con la visita de su padre.
Cual atento,
los recoje en un abrazo que es silencio,
y los envuelve con mil halos llenos de besos.

 

Embarcándolos...les lleva de paseo
por longeva travesía;
hilvanada seguida por el cosmos,
y su viaje surca los esféricos:
remolinos, turbulencias,
salvedades y creencias,
mullidos resortes
y huecos profundos;
e ilusionados con los disfraces que toma el pragmatismo...
recorren los tiempos.
Y su madre,
¡Como no!
-de su padre querida mujer,
y de sus hijos bondadosa cuidadora-
la vida; estén donde ésten
les acompaña callada,
jamás de ellos se separa,
presta ayuda y espera.


Padre; renaceré,
sé que algún o todos los días,
pero de seguro,
cuando de nuevo me visites.
Como otoñal hoja,
que renovando sus matices,
los colores,
cruja hasta deshacerse.
O en aquel papel
-pergamino si escogiera-
que con tinta o savia escrito,
relata y recita
lo pasado en corto tránsito de diurno.
O sobre aquello que desleído en el instante; acontecerá.
Padre, te confieso que a madre,
por mucho que recorra, que pase,
siempre la llevo,
nunca doy por perdida.


Muerte: eres padre dona vida.
Vida: sin tu casar con la muerte,
absolutamente nada engendrarías.
Muerte y vida,
mutándose,
enlazándose en un plazo,
que deviene en esta tierra
o en las entrañas del espacio
¡como resucitar!


Y de la consecuencia de tal hecho,
reconociendo los valores
en cada uno de ellos (progenitores) impresos,
en el buen hablar sincero,
de sus miradas;
se inundó de claridad mi universo,
ante la evidencia que era descifrada,
ante una inquebrantable unión ¡que es familia!
la perfecta trigonometría trinitaria.


*** *** *** ***

Vosotros que ya marchasteis,
esperar allá en los pastos,
donde la vida es esparcida
-a los ojos humanos-
transparente y cristalina.


Donde el respiro no precisa,
de ningún que otro soplo alentador,
no necesita bocanada que porte,
pensamientos y sentires,
deambulando oxigenados.


Esperarme allá, junto al grueso roble,
en la altura de colina,
en que divisada la carne transmutada,
será el polvo,
una mota de energía viajera.
Mero polvo,
será alivio sumido en el descanso,
en la fragua de mortaja quinceañera,
y la prosperidad se agarrara al viajero,
dandole distancia a este encierro,
que es mi cuerpo,
cual tacho tantas veces de condena.


Esperarme donde el anciano pierde su vejez
¡rejuvenece!
donde la eternidad viste a cada una de las flores
endulzando con abonos consecutivos de primavera.
Donde al niño se le extravió su colección de cromos,
y desinchados,
los balones pierden su bote pronto.


Porque esta señora
-vida de ahora,
madre que sustenta el alimento-
es señora, que sin previo aviso
se gira atareada,
mostrando el forro
escondido de su falda,
la cara que vistio su ayer
y a este rostro sólo cabe interpretarlo
y dejar de malentenderlo como un revés.


Con permiso; pido y ruego
a los que se fueron,
escuchar si os place
esta mía petición:
Guardarme un buen lugar en la levedad;
allí un rincón,
en cual quepa mi reposo.
Donde poder repasar,
antiguas vivencias,
donde poder rechazar o retener,
dentro del caliz aquel sorbo,
que merezca de valer.


318-omu G.S.(BCN-2011)