A la Esperanza de mis años juveniles
No deseo engañarte, amada mía,
pero a ti llego como por una alameda
de inquietos segundos
que une tus jardines a los míos
y hace de mi deseo un mar agitado
de olas que atropellan los acantilados
por llegar hasta tus valles y colinas
antes que los luceros los hallen ya cansados.
Siento una profunda sed de amarte,
de sentirte como la brisa que acaricia
la cáscara de los troncos de la rural vía
y aunque ya entremos en otoño
entrelazaremos las almas y las manos
con ese ímpetu de huracanes liberados.
Quiero quitar de las paredes de tu alma
esos hilos que los infortunios tejen
y arrebatar con rápido gesto de guerrero
las esporas que dejaron en tu piel
los helechos de la mañana pasajera.
No deseo engañarte, amada mía,
más no entiendo por qué
tu sabor ahora llega
con el paso de los años
no con el almíbar de tu lengua
sino con la savia del enebro
que me lleva hasta el umbral del paroxismo.
Ahora te pareces al ángel vengador del paraíso
mostrando el temblor de la angustia
en la ardiente soledad de la distancia
mientras yo vibrante por el deseo clamoroso
te busco en los recuerdos de la ciudad
que hizo de ti la flor inmarchitable
que se abrió a la belleza de mi aurora.
Efraín Gutiérrez Zambrano