Gemidos que en la noche
atrapan las tinieblas,
cocuyos titilantes
que se enredan en la niebla.
Seis cuerpecitos que nadan
en la podredumbre del pantano,
tan gélidos como la atmósfera
de una noche negra y lluviosa,
por truenos y relámpagos orquestada.
Ovillos de pelajes maltratados, malolientes,
párpados herméticos sin visión alguna,
ceguera que causa pena,
temblores de muerte corren por sus venas.
Una madre interfecta sin sepultura y duelo,
manos inicuas sin bondad alguna,
le cegaron miserablemente la vida.
Presintiendo que de este mundo se iría,
una fosa cavó para enterrar sus críos,
no los quería dejar a la deriva,
no quería que sufrieran desamparo.
Indiferentes pasaban todos
ante tal espectáculo deprimente,
yo no pude se ajena al llanto de los infantes,
los tomé por mis brazos
apretándolos en mi regazo,
a casa fui veloz, a prepararles un baño,
una colcha térmica y un tetero tibio.
Hace más de mes y medio,
desde ese fatídico día,
quizás no lo fue tanto, por salvarles la vida
y desde entonces sigo en mi rutina,
de baño…frazada y mamila.
Los perritos han crecido,
creo que más de la cuenta,
me toca entregarlos con el alma en un lamento.
No se quieren desprender ni tan solo un momento,
me muerden los zapatos, se suben en mi falda,
quieren que les dé tetero, los cargue y los consienta.
¡Ay mis perritos queridos, cuánta falta me van hacer!
Lo único que a Dios le pido,
es que queden en un hogar querido,
en donde se sientan amados, protegidos y bendecidos.
Felina