- INMADUREZ -
Fumábamos en la terraza al sol del gin tonic.
El iluminado Rimbaud nos protegía
de todas las primaveras por venir,
despanzurrado el libro sobre la mesa.
Éramos tremendamente jóvenes, sin costra,
recorríamos la chepa de la noche bamboleantes
y nos llamábamos a voces, como si no nos viéramos,
cosidos al pezón de una estrella fugaz
que terminaba desperezándonos a la luz.
Nos leíamos en los ojos, aún en lágrimas,
cuando la fatalidad inexcusable del día
acababa pillándonos indefensos e inacabados,
con tan poco que decir como callar.
Escribíamos borrachos, plenilúneos acérrimos
con la claridad celeste de la ginebra,
confundidos cuando el rictus de una pausa nos detenía
sabiéndonos poco menos que un cuerpo en declive.
Sinuosos, a pesar de todo, era fácil engolfarse
a un abalorio de risas de solemne oscuridad
que cupiera en un prepotente soplo
esparciéndonos sin el fin de posarnos.