Eugenio Sánchez

AÑORADA MONTAÑA

Montaña solitaria orlada de neblina,

que en aurora de mayo te despiertas

con el sublime trino de zorzales

que saltarines buscan cada grano

escondido en espigas multiformes.

 

Vasta montaña que en abundante otoño,

son tus faldas, graneros milagrosos

que a la fauna silvestre da sustento

y entre tus copos verdes la cobijas.

 

Montaña gris que en un invierno frío

se desangra tu piel y te desnuda el viento

y de polvo te cubre un remolino

y eleva entre sus alas la  hoja seca.

 

Ha ensombrecido  el canto de las aves,

son  responsos de un funeral sombrío,

la pequeña cascada que coqueta reía,

se transmutó en recuerdo y es solo eco

que reverbera incansable en  los peñascos

que inmutables esperan el milagro

para  poder vestirse   de verde musgo.

 

La montaña no ha muerto, está herida

late débil su pecho  y aún  suspira

y llora de dolor con  silencioso verso

esperando que vuelva el aguacero

 

para curar sus  numerosas llagas 

que las dejó la  lanza del  estío

y que su piel se vista de verde hierba

y  de flores silvestres multicolores.

 

Montaña silenciosa que en los atardeceres

se tiñe  de arreboles tu horizonte,

y el aullido de un perro va anunciando

la llegada de la lúgubre  noche.

 

Ya se escucha en la vetusta choza

el melódico canto de una quena

y resplandece sobre el manto oscuro

una luz de  zafiro y acero

y titilan engalanando el cielo

miliares y  millares de luceros .

 

 Hoy te rezo mis versos  montaña mía

con el pecho de un bardo que delira,

con la ojota cansada y polvorienta

que trajinó   por todos tus caminos.

 

Montaña majestuosa, madre santa.

de tu barro están  hechos mis tendones

 y mis huesos son masa de tus riscos

y de tu aroma hiciste el alma mía.

 

 

Eugenio Sánchez