Montaña solitaria orlada de neblina,
que en aurora de mayo te despiertas
con el sublime trino de zorzales
que saltarines buscan cada grano
escondido en espigas multiformes.
Vasta montaña que en abundante otoño,
son tus faldas, graneros milagrosos
que a la fauna silvestre da sustento
y entre tus copos verdes la cobijas.
Montaña gris que en un invierno frío
se desangra tu piel y te desnuda el viento
y de polvo te cubre un remolino
y eleva entre sus alas la hoja seca.
Ha ensombrecido el canto de las aves,
son responsos de un funeral sombrío,
la pequeña cascada que coqueta reía,
se transmutó en recuerdo y es solo eco
que reverbera incansable en los peñascos
que inmutables esperan el milagro
para poder vestirse de verde musgo.
La montaña no ha muerto, está herida
late débil su pecho y aún suspira
y llora de dolor con silencioso verso
esperando que vuelva el aguacero
para curar sus numerosas llagas
que las dejó la lanza del estío
y que su piel se vista de verde hierba
y de flores silvestres multicolores.
Montaña silenciosa que en los atardeceres
se tiñe de arreboles tu horizonte,
y el aullido de un perro va anunciando
la llegada de la lúgubre noche.
Ya se escucha en la vetusta choza
el melódico canto de una quena
y resplandece sobre el manto oscuro
una luz de zafiro y acero
y titilan engalanando el cielo
miliares y millares de luceros .
Hoy te rezo mis versos montaña mía
con el pecho de un bardo que delira,
con la ojota cansada y polvorienta
que trajinó por todos tus caminos.
Montaña majestuosa, madre santa.
de tu barro están hechos mis tendones
y mis huesos son masa de tus riscos
y de tu aroma hiciste el alma mía.
Eugenio Sánchez