Cuarenta y dos años y el silencio
encarceló la alegría y los sueños
de un amor, que en los albores
De la vida dos niños vieron nacer.
Ella y él, al compás del cascabel
de las sonrisas producidas por la ilusión
danzaban en su juego del amor.
A sabiendas que el destino
les preparaba un adiós.
Al píe de la ventana en silencio
se declararon su amor
Y lo sellaron con dulces besos
Y sus miradas se enredaron para siempre
en un nudo que el tiempo no rompió.
El, se fue, con la noche sin estrellas
y una pálida luna, para siempre lo acompañó.
Ella se quedó contemplando en los ocasos
la muerte cada tarde de un cansado sol.
Los dos vivieron por separado
el otoño precoz de su ausente amor.
Las hojas del calendario día a día
cayeron en la angustia que el tiempo guardó.
Otras lunas, otros soles, otros amores,
pero ellos, fueron los mismos en su dolor.
Nunca más, nuca más decían en su desolación.
Él en cada de 9 de noviembre
reviviendo aquel dolor;
Ella buscando siempre en otros besos
lo que nunca de él olvido.
En el otoño de sus vidas
el destino los reencontró,
sus cabellos palideciendo
y su mirada puesta en el ayer.
Se miraron y sintieron
renacer el viejo amor.
pero siempre condenados
a vivir en el dolor.