Gloria era una mujer que vivía en un pueblo muy apartado de las grandes ciudades. Era una mujer de unos cincuenta años, que había perdido a su esposo cuando apenas cumplía sus treinta años; y decidió enfrentar su viudez sola, con cinco hijos nacidos de su unión con el difunto.
Para ganarse la vida y alimentar honradamente a sus hijos, Gloria comenzó a lavar ropa ajena, en especial sábanas y edredones. Por tal razón era conocida en todo el pueblo como: "La lavandera de sábanas".
Todos los habitantes del pueblo acudían a la casa de Gloria cada vez que querían blanquear sus sábanas. Ella las lavaba con tanto esmero y por eso era muy cotizada en todo el pueblo.
- Hola Gloria, aquí te traje estas dos sábanas, espero te queden como siempre.
Y ella, sonreía y les decía: Sí, bien blancas, como la conciencia de Cristo.
- Amiga Gloria aquí le traje este juego de sábanas nuevas, quise que las lavaras antes de usarlas, ¿estarán listas para mañana?
- Claro amiga, limpiecitas y blanquitas como copos de algodón.
Y así sucesivamente, cada vecina venía y le entregaba su encargo del día, para que Gloria la lavandera hiciera lo que sabía hacer, blanquear sábanas.
Un día de tantos Gloria recibió doce sabanas blancas para lavar, ese día estuvo muy ajetreada, y cuando el sol disparaba sus primeros arreboles, sus sábanas seguían húmedas; aun no era tiempo de recogerlas del tendedero. Ella siempre las recogía para evitar que alguna lluvia nocturna las mojara, o que el viento fuese a soltarlas del tendedero y tendría que repetir el trabajo al día siguiente.
Pero esa tarde, Gloria estaba tan cansada que cayó rendida, sentada en el mecedor de la sala sin haber recogido sus doce sábanas blancas.
Una vecina llamada Eloísa, vio una de las sábanas pasar por su ventana. Este hecho la preocupó, ya que sabía que seguramente era una de las sábanas que Gloria había lavado y que si se extraviaba la pobre tendría que pagarlas… Así que comenzó a llamarla por teléfono para informarle el asunto.
Don Luís mientras fumaba en el frente de su casa vio pasar otra sábana blanca. Por su mente, se cruzó la misma idea que la de la señora se Eloísa, y acto seguido también la llamó.
Doña Perla y Don Julián, estaban conversando plácidamente en el frente de su casa y vieron pasar otra sábana blanca. Ambos se miraron a los ojos y pensaron lo mismo en voz alta: “ Una sábana de Gloria” y salieron en carrera a llamarla por teléfono para que fuera a buscarla.
Cuentan que casi todos los vecinos esa noche vieron una sábana blanca danzando por el aire, mecida por la brisa de la fresca noche.
Gloria estaba tan rendida que aunque el teléfono sonaba a reventar, seguía profundamente dormida. De pronto:
Tun, tun tun – Tocaron a la puerta
Gloria abrió los ojos sobresaltada y pregunto pesadamente: Quién es?
- Soy yo Ernestina, su vecina.
- Dígame en que la puedo ayudar? Pregunto Gloria, mientras le recomendaba, “no ande por allí sola a estas horas de la noche”
- Es que sus sábanas parecen que salieron volando del tendedero y andan danzando por todo el pueblo.
- Gracias vecina, ya voy a recogerlas
Y Gloria salió de prisa al patio de la casa a recoger las sábanas que aún quedaran en el tendedero, para luego salir a recoger las que se habían escapado. Pero al llegar al patio se llevó una sorpresa. Sus sábanas estaban allí, intactas.
- Una, dos … once y doce; ¡estaban completas!, no faltaba ninguna. “Que le habrá pasado a la comadre Ernestina, ¿Será que está viendo fantasmas? Fue la frase que cruzó su pensamiento, antes de recoger sus sábanas y entrar presurosa a su humilde casita.
Al otro día en el pueblo todo el mundo hablaba de las sábanas blancas de Gloria que corrían por las calles toda la noche, y hay quienes aseguran que la vieron a ella corriendo tras las sábanas intentando agarrarlas, nunca nadie supo la verdad; solo Gloria pudo descubrir que aquella noche el pueblo había sido visitado por fantasmas, y que a Dios gracias habían sido confundidos con su sábanas blancas, lo cual impidió que el pánico los azotara, como la azotó a ella, porque fue la única que pudo descubrirlos.
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