Las horas van pasando,
mi dicha va creciendo,
tu amor me regenera,
tu amor y tu virtud.
De tus palabras vivo
el grato son oyendo,
Y en ellas mi alma encuentra
raudales de salud.
Es música del cielo
tu voz por lo que dice,
su forma vale mucho,
pero su fondo aún más.
Sibila verdadera,
el porvenir predice...
!Oh! Semejantes cosas
Yo no escuché jamás.
De mi pasado olvido
las turbulentas faces
en ese dulce encanto
De nuestro dulce amor:
Bien lo merecen ellas;
pues fueron tan falaces,
Que el darme parcos goces
me dieron más dolor.
La fe me abandonaba;
dudando yo vivia,
Dudando al ver al mundo
y nada en él hallar;
Y mi alma desolada
creer, creer quería
Pues Dios diola a mi vida
Para creer y amar.
Crucé mares y montes,
el duro arpón llevando
de una ambición que nunca
lo que anhelaba halló.
Doquiera, sin saberlo,
tu luz iba buscando,
porque en mi edad temprana
mil bienes me anunció.
He visto otras bellezas
después, indiferente:
Su brazo entre mi brazo
sin emosión sentí;
cual los confusos ecos
de una lejana fuente,
en mi oido fatigado
sus voces recibí.
No hipocrita me ocultas
de tu cariño el vaso,
y a veces en el bebo
cordial restaurador;
porque el amor, si es puro,
cual lo es en nuestro caso,
el alma santifica
con su feliz calor.
!Oh amiga! Yo te debo
lo que a la madre su hijo;
y aún más que es más que vida
aquello que en ti hallé.
Por eso cual de hinojos,
al pie de un crucifijo,
oyendo tus palabras
en mi interior oré.
El tiempo vendrá pronto
de una fusión más tierna;
De sin igual constancia
el galardón tendré;
Y de esos dulces lazos
La vida será eterna,
que muerte no es posible
donde brilló la fe.